El día que me enteré que Jeremías venía en camino, se dibujó una sonrisa en mi rostro que no se borraba con nada. Ni los vómitos, ni los peligrosos comentarios sobre la avanzada edad que yo tenía cuando quedé embarazada (a los 43), podían perturbar esa alegría. Nuestra familia lo esperaba con muchas expectativas y ¡¡¡tanto gozo…!!!, pero eso pronto se desvaneció.
En la ecografía se vio que su corazoncito ya no latía; mi bebé se había muerto y debían sacarlo con urgencia. Sí, esa personita tan pequeña debía ser extraída porque mi salud podría verse afectada; corría el riesgo de una infección. Allí comenzó otro dolor más profundo aún, porque debían internarme y realizarme un aborto, ya que había pasado mucho tiempo y mi cuerpo no lo expulsaba espontáneamente.
Estando en la habitación del hospital conocí a muchas mujeres, también embarazadas, que estaban por diversos problemas de salud, pero con la certeza de un niño vivo en su vientre; mientras yo esperaba que mi útero respondiera a esa pastilla que lo sacaría de mis entrañas. Sin embargo, sucedió lo contario; no había ningún indicio de eso: no se producían contracciones, no había sangrado alguno, en fin, no sólo mi alma se negaba a aceptar la muerte del pequeño, sino que mi cuerpo había entrado en franca desobediencia y no quería soltar lo que una vez anidó en sí mismo. ¿Será que mi organismo sabía que en esa gota o coágulo de sangre, había una persona que iba a ser separada del amor de su madre? ¿Acaso el alma no es la única que tiene sentimientos? Pues parece que en mi caso, ambos estaban fusionados en un mismo sentir. Aunque sabía que ya no había vida en Jere, igualmente, ninguna parte de mi ser quería separarse de él.
Finalmente, tuve que afrontar eso que simplemente había escuchado en boca de otros: el legrado. Tuve que vivirlo para darme cuenta de cuánto impacta en la vida de una mujer. Realmente, allí dimensioné cuánto afecta al cuerpo y al alma esa práctica. En ese momento, entendí que, desde un principio, fuimos diseñados para dar vida y cuidarla, tanto dentro como fuera del vientre materno. Al menos así lo viví yo. Creo que no soy la misma a partir de ese momento. ¡Y ni hablar de cuánto afecta a toda la familia!
Hoy, a cuatro años de su partida, tanto sus hermanos, su padre y yo, seguimos recordando y preguntándonos cómo será su pelito, su forma de caminar, sus gustos, etc… siempre con la misma intensidad y amor, como desde el primer día que supimos de su existencia.
Prof. y Lic. Marcela Arce
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